Sonó el despertador “ring – ring - ring”, ya era hora de levantarme.
Mamá abrió la puerta de mi cuarto y con un dulce beso me despertó y dijo: “Alberto, ya es hora de que te levantes, hoy es tu primer día de clases”. Entre sueños la escuché y medio dormido me levanté.
Me sentía algo nervioso, entraba a segundo grado y tendría nuevos amigos y amigas, pero me preocupaba cómo íbamos a ser amigos si nunca los había visto. Todo eso pensaba mientras me lavaba los dientes, después de haber tomado desayuno.
Papá y mamá me llevaron a la escuela y me dejaron en la puerta de mi salón. Muy tímido observé el salón y a los niños que, al igual que yo, llegaban con sus padres.
La maestra se acercó a mí, me saludó cariñosamente, me preguntó mi nombre y me designó una carpeta.
Había llegado el momento de hacer nuevos amigos, pero el problema fue que no sabía cómo hacerlo.
De pronto la maestra iniciaba la clase, pero un ruido que venía desde el pasadizo la detuvo, y se fue a averiguar qué era lo que pasaba.
Era un niño que estaba en la puerta del salón y, por la expresión de su rostro, parecía que no se animaba a entrar. Observé cómo mi maestra le hablaba cálidamente, pero el niño mostraba cara de timidez.
Así que decidí acercarme, y con una gran sonrisa le dije: “Hola, mi nombre es Alberto. ¿Qué te parece si te sientas a mi lado?” Sin dudarlo, me respondió: “Claro, mi nombre es José”
Juntos entramos al salón y nos sentamos en la misma carpeta.
Me sentía feliz porque tenía un nuevo amigo. Desde ese momento, comprendí que la mejor manera de iniciar una amistad es brindando confianza y, claro, también una gran sonrisa. Ahora tengo muchos amigos, pero José y yo siempre seremos los mejores amigos.
Magaly Gonzales F. (Perú)
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