lunes, 27 de febrero de 2012

REFLEXIÓN: LA SEÑORA THOMPSON


Al inicio del año escolar una maestra, la señora Thompson, se encontraba frente a sus alumnos de quinto grado. Como la mayoría de los maestros, ella miró a los chicos y les dijo que a todos los quería por igual. Pero era una gran mentira, porque en la fila de adelante se encontraba hundido en sus asiento, un niño llamado Jim Stoddard. La señora Thompson lo conocía desde el año anterior,  cuando había observado que no jugaba con sus compañeros, que sus ropas estaban desaliñadas y que parecía siempre necesitar un baño, con el paso del tiempo, la relación de la señoraThompson con Jim se volvió desagradable,hasta el punto que ella sentía gusto al marcar las tareas del niño con grandes tachones rojos y ponerle cero.

Un día , la escuela le pidió a la señora Thompson revisar los expedientes anteriores de los niños de su clase, y ella dejó el de Jim de último. Cuando lo revisó, se llevó una gran sorpresa.

La maestra de Jim en el primer grado había escrito: “Es un niño brillante, con una sonrisa espontánea. Hace sus deberes limpiamente y tiene buenos modales; es un deleite estar cerca de él”.



La maestra  de segundo grado puso en su reporte:”Jim es un excelente alumno, apreciado por sus compañeros, pero tiene un problema debido a que sus madre  sufre una enfermedad incurable y su  vida en casa debe ser una constante lucha.”
La maestra de tercer grado señaló: “La muerte de su madre ha sido dura para él. Trata de hacer su máximo esfuerzo pero su  padre no  muestra mucho interés, y su vida en casa le afectará pronto si no toman algunas acciones.”
La maestra de cuarto grado escribió:”Jim es descuidado y no muestra interés en la escuela. No tiene muchos amigos y en ocasiones se duerme en clase.”
La señora Thompson se dio cuenta del problema y  se sintió apenada consigo misma.
Se sintió  aún peor cuando, al llegar la Navidad, todos los alumnos llevaron sus regalos envueltos en papeles brillantes  y con preciosos listones, excepto Jim:  el suyo estaba torpemente envuelto en el tosco papel marrón de las bolsas de supermercado.
Algunos niños comenzaron a reir cuando ella sacó de esa envoltura un brazalete de piedras al que le faltaban algunas, y la cuarta parte de un frasco de perfume. Pero ella minimizó las risas al exclamar: ¡Qué brazalete tan bonito!, mientras se lo ponía y rociaba un poco de  perfume en su muñeca. Jim Storddad se quedó ese  día después de clases sólo para decir:  “Señora Thompson, hoy usted  olió como mi mamá alía”.
Después de que los niños se fueron, ella lloró por largo tiempo. Desde ese día renunció a enseñar sólo lectura, escritura y aritmética.  Y   comenzó  a enseñar  valores, sentimientos y principios. Le dedicó especial atención a  Jim.
A medida que trabajaba con él, la mente del niño parecía volver a la vida; mientras más lo  motivaba, mejor respondía. Al final del año, se había convertido en uno de los más listos de la clase.
A pesar de su mentira de que  los quería a todos por igual, la señora Thompson apreciaba especialmente a Jim. Un año después encontró debajo de la puerta del salón una nota en la cual el niño le decía que era la mejor maestra que había tenido en su vida.
Pasaron  seis años antes de que recibiera otra nota de Jim;  le contaba que había  terminado la secundaria.  Obteniendo el tercer lugar  en su clase, y que ella seguía siendo la mejor maestra que había tenido en su vida.
Cuatro años después la señora Thompson recibió otra carta, donde Jim  le decía que, aunque las cosas habían estado duras, pronto se graduaría de la universidad con los máximos  honores. Y  le aseguró que ella era aún la mejor maestra que había tenido en su vida.
Pasaron cuatro años y llegó otra carta: esta vez Jim le contaba que, después de haber recibido su título universitario, había decidido ir un poco más allá. Le reiteró que ella era  la mejor maestra que había tenido en su vida.  Ahora su nombre era más largo; la carta estaba firmada por el doctor James F. Stoddard,, M. B.
El tiempo siguió su marcha. En una carta posterior, Jim le decía a la señora Thompson que había conocido una chica y que se iba a casar. Le explicó que su padre había muerto hacía dos años y se preguntaba si ella accedería a sentarse en el lugar que normalmente está resevado para la mamá del novio. Por supuesto, ella aceptó. Para el día de la boda, uso aquel viejo brazalete con varias piedras faltantes, y se aseguró de comprar el mismo perfume que le recordaba a Jim a su mamà. Se abrazaron, y el doctor Stoddard susurró al  oído de su antigua maestra.
_ Gracias por creer en mi .  Gracias por hacerme sentir importante y por enseñarme que yo podía hacer la diferencia.
La señora Thompson, con lágrimas en los ojos, le contestó:
_Estas equivocado, Jim: fuiste tú quien me enseñó que yo podía hacer la diferencia. No sabía enseñar hasta que te conocí.

 “Las experiencia (gratas y desagradables) que tenemos a lo largo de nuestras vidas marcan lo que somos en la actualidad.   No juzgue a las personas sin saber qué hay detrás de ellas”
“Todos los días aprendemos algo de nuestros niños”

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